de David Mariné
vive esta ciudad sumergida en una falsa madrugada,
una oscuridad de muro y hormigón
que supura por las aristas del ladrillo
una geometría infectada de ruinas y descensos.
por sus avenidas silenciosas
-largas como los remos de un drakkar -
se edifica el desconsuelo y se apuntala la tristeza.
su arquitectura es un desmoronamiento,
el perfil de un nocturno precipicio
y los mercados de azafrán tostado,
el murmullo de los parques acuáticos,
la melodía que blande la tierra,
la frescura del puerto sonámbulo,
ya todo es oscuro,
ya todo es espanto.
también sus gentes andan cubiertas de cuevas,
transeúntes que emanan perfumes de adormidera,
vagonetas de tropiezos y carbón
que se arrastran pesados y brumos
por el enlutamiento insalubre de esta mina.
yo también desciendo al subterráneo
atenazado y umbrío
como triste deshollinador que camina por sus galerías,
las chimeneas estrangulan cualquier resplandor
y mis ojos eclipsados
son la ceremonia del entierro de mi infancia.
las horas se me hacen hollín,
la sonrisa toca fondo,
quiero escapar de esta maldita ciudad,
llegar a casa
a nuestro refugio
y emborracharme con tu luz y tus destellos,
que apacigües con narcótico sabor
esta pena que tanto me abarca.
necesito que me seas el barreno que dinamita el espanto,
una vagoneta de felicidad
repleta de dulzura y orgasmos,
la alegría del filón
en el bolsillo de un minero boquiabierto,
el quinquel de los imposibles,
la primera luz del alba,
una llama
permanentemente encendida
como mundo consagrado a la esperanza.
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