viernes, 31 de agosto de 2012

encargo

de Julio Cortázar


No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que
vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni
guante;
tállame como un sílex, desespérame.
Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dálos.
Ven a mí con tu cólera seca de fósforos y escamas.
Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces.
No me importa ignorarte en pleno día,
saber que juegas cara al sol y al hombre.
Compártelo.

Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,
lo que nadie te pide: las espinas
hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,
oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre.

jueves, 30 de agosto de 2012

sus horas son engaño

de José Agustín Goytisolo


Triste es el territorio de la ausencia.

Sus horas son engaño
               desfiguran
ruidos olores y contornos
y en sus fronteras deben entenderse
las cosas al revés.

Así el sonido
del timbre de la entrada significa
   que no vas a llegar
una luz olvidada
en el piso de arriba es símbolo de muerte
   de vacío en tu estancia
rumor de pasos
cuentan que te fuiste
y el olor a violetas
declara el abandono del jardín.

    Y en ese mundo ¿qué debí hacer yo
príncipe derrotado
                              rey mendigo
sino forzar mis ojos para que retuvieran
aquel inexpresable color miel
suave y cambiante de tus cabellos?

mucho más grave

de Mario Benedetti


Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo
y eso en verdad no es nada extraordinario
vos lo sabés tan objetivamente como yo

sin embargo hay algo que quisiera aclararte
cuando digo todas las parcelas
no me refiero sólo a esto de ahora
a esto de esperarte y aleluya encontrarte
y carajo perderte
y volverte a encontrar
y ojalá nada más

no me refiero sólo a que de pronto digas
voy a llorar
y yo con un discreto nudo en la garganta
bueno llorá
y que un lindo aguacero invisible nos ampare
y quizá por eso salga enseguida el sol

ni me refiero sólo a que día tras día
aumente el stock de nuestras pequeñas
y decisivas complicidades
o que yo pueda o creerme que puedo
convertir mis reveses en victorias
o me hagas el tierno regalo
de tu más reciente desesperación

no
la cosa es muchísimo más grave

cuando digo todas las parcelas
quiero decir que además de ese dulce cataclismo
también estás reescribiendo mi infancia
esa edad en que uno dice cosas adultas y solemnes
y los solemnes adultos las celebran
y vos en cambio sabés que eso no sirve
quiero decir que estás rearmando mi adolescencia
ese tiempo en que fui un viejo cargado de recelos
y vos sabés en cambio extraer de ese páramo
mi germen de alegría y regarlo mirándolo

quiero decir que estás sacudiendo mi juventud
ese cántaro que nadie tomó nunca en sus manos
esa sombra que nadie arrimó a su sombra
y vos en cambio sabés estremecerla
hasta que empiecen a caer las hojas secas
y quede el armazón de mi verdad sin proezas

quiero decir que estás abrazando mi madurez
esta mezcla de estupor y experiencia
este extraño confín de angustia y nieve
esta bujía que ilumina la muerte
este precipicio de la pobre vida

como ves es más grave
muchísimo más grave
porque con estas o con otras palabras
quiero decir que no sos tan sólo
la querida muchacha que sos
sino también las espléndidas
o cautelosas mujeres
que quise o quiero

porque gracias a vos he descubierto
(dirás que ya era hora
y con razón)
que el amor es una bahía linda y generosa
que se ilumina y se oscurece
según venga la vida

una bahía donde los barcos
llegan y se van
llegan con pájaros y augurios
y se van con sirenas y nubarrones
una bahía linda y generosa
donde los barcos llegan
y se van

pero vos
por favor
no te vayas.


no se me importa un pito que las mujeres...

de Oliverio Girondo


No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.


la alucinación de una mano, o la esperanza póstuma y absurda

 de Leopoldo María Panero
A Isa-belle Bonet
«Todo el bienestar del mundo
lo encuentro en Suleika
cuando la achucho un poco
me siento digno de mí mismo;
si me dejara -perdería los ojos.»

(Goethe, Diván oriental-occidental)


     
      Una mujer se acercó a mí y en sus ojos
  vi todos mis amores derruidos
y me asombró que alguien amase aún el cadáver,
alguien como esa mujer cuyo susurro
repetía en la noche el eco de todos mis amores aplastados
y me asombró que alguien lamiese en las costras
                                                                             todavía
tercamente la sustancia que fue oro,
aquello que el tiempo purificó en nada.

          Y la vi como quien ve sin creerla
          en el desierto la sombra de un agua,

la amé sin atreverme a creerlo.

          Y la ofrecí entonces mi cerebro desnudo,
          obsceno como un sapo, obsceno como la
                                                           vida,
           como la paz que para nada sirve
           animándola a que día tras día lo tocase
           suavemente con su lengua repitiendo
           así una ceremonia cuyo sentido único
           es que olvidarlo es sagrado.


miércoles, 29 de agosto de 2012

el horizonte de la luna siempre es de color negro

de David Mariné
 
 
¿recuerdas cuando éramos pequeños,
y en el mellar del verano acuosamente libre y pleno,
fluíamos como arterias al viento pel carrer del pecat?.

crecimos,
y también crecieron los besos,
como barcos pequeños que nacen en los astilleros

descubrimos que los sujetadores
eran tazas de té donde brotan pezones y leche,
que olíamos a madera noble,
que el cartílago no es hueso.

y por el rincón bipolar de nuestros sueños cometas,
afloraron gemidos y dientes,
como el dolor de cabeza de Júpiter por el parir de Minerva.
hoy,
mi querida Júlia,
las campanadas del nuevo año producen seria ceguera,
roban segundos y vidas,
a cambio de ramas secas.

el silencio,
el miedo,
han vuelto,
enmudeciendo las calles,
secando el hálito ardiendo.

son tiempos de úlcera,
de cénit en mirada
con decúbito supino de cuerpo y alma
de craneocaudal establecido y latir neutro.

todo es un sin;
extrae
- mi úlcera-
trozos de la dermis quemada por el tiempo,
pasar de recuerdos sin yodo ni apósitos
que oxigenen la opresión de este vacío.

podredumbre carnal,
olor fétido y amoral,
correoso e insoportable despertar de la piel.

todo es dolor,
el dolor de verdad duele incluso en lo yermo:

que no tema la noche hincar diente en mi carnaza.


martes, 28 de agosto de 2012

el salvavidas

de Javier Velaza


No es inútil amarse,
finalmente.
Lo mismo que amaestrar serpientes, nos exige
técnica refinada y perder la vergüenza
de actuar frente al mundo en taparrabos.
Y unos nervios de acero.
Pero amar es oficio
saludable también: su liturgia apacigua
el ocio que enajena -como supo Catulo-
y perdió a las ciudades más felices.
Bajo la cuerda floja dispone -no pidáis
una red, porque tal no es posible- otra cuerda,
tan floja, pero última
tan inútil a veces,
bajo la cual no hay nada.
Y entreabre
ventanas que te oreen la cólera y exhiban
a tu noche otras noches diferentes, y así
sólo el amor nos salva a fin de cuentas
del peligro peor que se conoce:
ser sólo -y nada más- nosotros mismos.
Por eso,
ahora que está ya dicho todo y tengo
un sitio en el país de la blasfemia,
ahora que este dolor de hacer palabra
con el propio dolor
traspasa los umbrales
del miedo,
necesito de tu amor como analgésico;
que vengas con tus besos de morfina a sedarme,
y rodees mi talle con tus brazos
haciendo un salvavidas, para impedir que me hunda
la plomada letal de la tristeza;
que me pongas vestidos de esperanza -ya casi
no recordaba una palabra así-,
aunque me queden grandes como a un niño
la camisa más grande de su padre;
que administres mi olvido y el don de la inconsciencia;
que me albergues de mí -mi enemigo peor
y más tenaz-, que me hagas un socaire,
aunque sea mentira
-porque todos es mentira
y la tuya es piadosa-;
que me tapes los ojos
y digas ya pasó, ya pasó, ya pasó
-aunque nada se pase, porque nada se pasa-,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó.
Y si nada nos libra de la muerte,
al menos que el amor nos salve de la vida.


la poesía es un atentado celeste

de Vicente Huidobro


Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que me han esperado muchos años

Se cansaron de esperarme y se sentaron

Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco

Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas
Me estoy haciendo árbol


Cuántas cosas me he ido convirtiendo en otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura

Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio


la poesía es un arma cargada de futuro

de Gabriel Celaya


Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.


sé tú mi límite

de José Ángel Valente


Tu cuerpo puede
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco de la tristeza.
              
Una sola palabra tuya quiebra
la ciega soledad en mil pedazos.
              
Si tú acercas tu boca inagotable
hasta la mía, bebo
sin cesar la raíz de mi propia existencia.
              
Pero tú ignoras cuánto
la cercanía de tu cuerpo
me hace vivir o cuánto
su distancia me aleja de mí mismo,
me reduce a la sombra.
              
Tú estás, ligera y encendida,
como una antorcha ardiente
en la mitad del mundo.
              
No te alejes jamás:
Los hondos movimientos
de tu naturaleza son
mi sola ley.
Retenme.
Sé tú mi límite.
Y yo la imagen
de mí feliz, que tú me has dado.


desnuda

de Javier Velaza


Desnuda tú, la noche cicatriza
como restablecida por un bálsamo.
Mi miedo tiene miedo y huye a guarecerse
en la cueva sinuosa del recuerdo.
Desnuda
tú, se instaura un dominio tranquilo, ese oasis
regado por el dócil caudal del abandono.


Las cosas son allí como las cosas
habrían de ser, pan es el pan y el vino
adormece el dolor de vida que me punza
como plaga intestina de alfileres.
Allí mi patria es sólo tu perímetro,
y no hay pleamar que venga a zozobrarme,
y allí se acaba todo y todo empieza y todo
permanece.

Así las cosas,
desnuda tú.

Pero después te vistes.
Cuánto aborrezco yo que tú te vistas,
que te vayas poniendo una a una
esas abominables prendas del desconsuelo
-tus braguitas del pánico, una blusa
color incertidumbre, calcetines
de guerras y la falda
inconsútil de la ofuscación-.
De mundo te me vistes, de catástrofe,
y debes de saber que lo detesto,
porque usas de un sigilo escrupuloso entonces,
y yo me hago el dormido y me pregunto
qué males cometí para tanta condena,
qué inicua ley es esta que le pone
tasa a tu desnudez
y a la alegría.

Hay que hacer perdurable este espejismo.
Tenemos que excavar un foso a dentelladas
y erigir con las uñas murallas colosales.
Y yo seré un ejército sanguinario.
Y haremos
de esta pequeña cama una trinchera
donde tú estés desnuda para siempre.


cordura de Dios que quitas el pecado del mundo

de Juan Bonilla


Padre nuestro, que estás en paradero
desconocido, líbranos de Ti.

No nos llenes el tiempo con tu ausencia.

Tú utilizaste el fuego del infierno
para encender el sol de nuestra infancia.

No nos des incertidumbre de tus ojos
después de que los nuestros ya no puedan
mirar la rosa negra de la vida.

Oh, cordura de Dios que catas
el pecado del mundo,
dispendia tu piedad con los cobardes,
los que te encuentran en cualquier fenómeno
de meteorología, los que imponen
tu Nombre en leyes y oraciones.

Confórmate con ser un huésped
de nuestra infancia rota en mil pedazos.

Vacíanos de Ti,
regresa a tus orígenes,
a aquella inmensa noche de tormenta
en la que el miedo de unos monos te inventara.

de profundis

de Dámaso Alonso


Si vais por la carretera del arrabal, apartaos, no os inficione mi pestilencia.
El dedo de mi Dios me ha señalado: odre de putrefacción quiso que fuera este mi cuerpo,
y una ramera de solicitaciones mi alma,
no una ramera fastuosa de las que hacen languidecer de amor al príncipe
sobre el cabezo del valle, en el palacete de verano,
sino una loba del arrabal, acoceada por los trajinantes,
que ya ha olvidado las palabras de amor,
y sólo puede pedir unas monedas de cobre en la cantonada.

Yo soy la piltrafa que el tablajero arroja al perro del mendigo,
y el perro del mendigo arroja al muladar.
Pero desde la mina de las maldades, desde el pozo de la miseria,
mi corazón se ha levantado hasta mi Dios,
y le ha dicho: Oh Señor, tú que has hecho también la podredumbre,
mírame,
Yo soy el orujo exprimido en el año de la mala cosecha,
yo soy el excremento del can sarnoso,
el zapato sin suela en el carnero del camposanto,
yo soy el montoncito de estiércol a medio hacer, que nadie compra
y donde casi ni escarban las gallinas.

Pero te amo,
pero te amo frenéticamente.
¡Déjame, déjame fermentar en tu amor,
deja que me pudra hasta la entraña,
que se me aniquilen hasta las últimas briznas de mi ser,
para que un día sea mantillo de tus huertos!


la chica de las mil caras

de Luis Alberto de Cuenca


Todo tu cuerpo es un inmenso brote de espinas,
pero las aves siguen comiendo en tus manos
y cantan en el bosque como si nada.
Por las noches me enseñas el universo:
hoy han sido las costas de Islandia,
la Edda
de Snorri y la promesa de Winland.
Como tu cuerpo está erizado de agujas,
necesito almohadones para amarte;
luego despierto enganchado a tus labios,
cuando el sol es un punto negro en el cielo.
Si hablas, tu voz es una cascada
que arrastra cadáveres y policías de uniforme.
Hablas en verso, como Ovidio y Lope,
como el precoz escaldo Egil Skallagrimsson.
A veces te interrumpo. Tus besos llevan oro,
como las Noches
de Stevenson o de Mardrus.
Son algo tan brillante. Como una nueva infancia.
No sé si tu destino es catalogar manuscritos,
si has sido bibliotecaria en Alejandría.
Un día vi cómo perseguías a un jabalí en Dordoña
(esa noche soñé con el Monarca Oscuro).
Podría hacerte un lecho de lirios o de rosas,
aunque preferiría cubrirte de alacranes.
Luego descifraríamos papiros mágicos y emblemas.
No sé cómo decirte lo mucho que te amo.
Hace siglos que desaparecieron los torneos.
Jesús sigue muriendo cada día. Hasta cuándo.
Pero Clodoveo decía que el Gólgota no sería famoso
si él hubiese estado allí, en Jerusalén, con sus francos...

Antes leíamos novelas bizantinas, escuchábamos discos,
no encendías jamás la luz en el desván.
Me parecía haber vivido dos veces los momentos
y bebía del suave terminarse de tus ojos.
Algunos dioses se nos antojaban ridículos:
Júpiter, por ejemplo, todos los que mandaban.
Pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones,
Mae West y Miriam Hopkins compensaban la pérdida.
Hacer versos, nadar, dar de comer a un pájaro,
ejercer de sportwoman
como Diana Palmer.
Buscábamos tesoros en el jardín de tus abuelos,
bajo ese sol de Heráclito que sigue sin ponerse,
con una Jolly Roger
ceñida a la cintura,
saqueando glorietas y naufragando en la piscina.

Y ahora que está aquí, mi amor,
tú que eres todas las mujeres,
no sé si voy a ser capaz
de recordarte y recordarme.
Todos vivimos, a la postre,
en una especie de prisión
de la que no podemos salir,
en la que nadie puede entrar.
Pero consta en el Libro Único
que, a pesar de espinas y agujas,
nos amamos alguna vez
y nos amaremos tú y yo.