miércoles, 13 de febrero de 2013

Ézaros

de Vera Eikon

Es el cuerpo tanta sed
que nos volvemos agua

Cuando pones mi cuerpo a contraluz,
así, desnuda,
tiemblo mi transparencia de fría mañana.

Tan similar a esa hoja que, cayendo del árbol,
nos quedamos observando la otra tarde
arrastrados por la corriente de sangre
cuando el otoño abre el pulso
de lo vivo.

A través de piel tan blanca
vislumbras la nervadura que,
como a hoja de carne, me recorre
-el meandro alrededor del pezón izquierdo,
anémona ventricular y azul-
confluyendo en el peciolo
con el que tus dedos
juguetean
-a un giro te muestro el haz,
a un solo soplo, el envés-.

Mi sexo como un paño
se retuerce
y se gotea en la histeria
de otras aguas.

Pasamos la modorra siguiente
hablando del Xallas,
único río de Europa
que desemboca al océano
en cascada.

Al modo del cauce de los cuerpos,
este río fija un pájaro
a su vértigo.

Ézaro, Ézaro,
pronunciarte es abrir las alas
de una canción.


Decir amor es fluvial.
Decir muerte es ponerse un dique en la boca.




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